
ponía los pies en la orilla, juntaba un puñado de arena y lo soltaba: la mica caía lenta, una lluvia de escamas, después me sumergía y, con los ojos abiertos, buscaba las huellas plateadas que el sol prendía en el fondo, parecían esquirlas de un alarido seco, un grito robado a la montaña
astillas de una luz que atravesaban mi cuerpo hasta incrustarse